Dejo de escribir sobre victoria en el blog, quien quiera que le vaya pasando capítulos que se ponga en contacto conmigo =). a partir de ahora solo pondré prólogos y un pequeño resumen. Si a alguien le interesa alguna y quiere que se la vaya pasando, me lo tendrá que decir. Un saludo


Os dejo mi e-mail, para los que querais contactar conmigo y no lo tengais. miri_xina7@hotmail.es =)

Mentiras de un Espejo

Día 7

Al final el doctor se salió con la suya, y me dejo sin escribir durante 5 días. Pero no fue él, quien me quito todo lo necesario para escribir, fue una de sus enfermeras.

- ¿Victoria?- Pregunto una mujer desde la puerta.

- Sí, soy yo. ¿Qué quiere?- Conteste, y la mujer se acerco hasta ponerse justo enfrente de mi cama, en la cual me hallaba tumbada.

- Hola- Sonrió.- Soy una de las enfermeras del centro, vengo de parte del doctor Tarallo, me ha pedido que le retire ese cuaderno en el que está escribiendo y los bolígrafos necesarios para ello.- Volvió a sonreír, yo sin embargo la miré con cara de pocos amigos.

- No pienso darle mi cuaderno, ni mis bolígrafos, ni nada que sea mío, y ahora váyase de mi habitación.- Dije lo más calmada que pude.

- Victoria, son ordenes del doctor y las ordenes del doctor deben cumplirse. Dámelo…

- He dicho que no- Comencé a gritar.- No le pienso dar ni mi cuaderno, ni mis bolis, estoy harta de que me controléis.

- Gómez, Ramírez- Llamo la enfermera haciendo un gesto para que los dos guardias entraran.

- No sois mis dueños, dejarme tranquila.- Cada vez gritaba más y más, y eso llamo la atención de las demás internas las cuales se acercaron a ver qué ocurría y la enfermera seguida de los guardias tuvieron que salir para mandar a cada una a su habitación. Fue justo en ese momento cuando aproveche para salir corriendo de la habitación, pero uno de los guardias me vio y salió corriendo tras de mí. Yo intente correr todo lo que pude, pero me alcanzo justo cuando estaba a punto de llegar a las escaleras de emergencia, que daban directamente a la calle, me agarro del brazo y me freno en seco.

- Suéltame, estúpido- Gritaba sin parar. Empecé a pegar puñetazos al aire, y uno le acerté en la cara. Me tumbo en el suelo como pudo, ya que yo no paraba de chillar y de moverme y empecé a patalear.- ¡Aaaaaaaaaaaaaah! Suéltame, imbécil, déjame tranquila.

Mientras la enfermera y el otro guardia se acercaron a mí.

- Gómez, ayude a Ramírez a sujetarla- Y saco de su bolsillo una jeringuilla y un botecito de cristal en el cual habría algún tipo de tranquilizante. Puso la aguja dentro del bote, lleno el recipiente y se dirigió con ella hacía mi brazo, para clavármela, pero yo no iba a dejar que lo hiciera. Empecé a gritar más fuerte y a patalear aún más. Le propine un arañazo en toda la cara a la enfermera y una patada a uno de los guardias, no se cual, pero fue inútil, la enfermera me acabo clavando la dichosa aguja en el brazo.

- Dejarme tranquila- Mi voz se iba haciendo más débil.- Os odio, imbé…- Hasta que al final, me dormí.

Cuando desperté me encontraba en mi habitación, al principio todo me daba vueltas, y tuve ganas de vomitar, pero al cabo de unos segundos esa sensación se fue, y descubrí que a mi lado, mirándome con ojos de besugo, se encontraba el doctor Tarallo.

- ¿Qué tal se encuentra Victoria?

- Estaría mucho mejor si no me hubieseis inyectado nada.

- Veo que la rebeldía no se te quita fácilmente.- Y me puso una bandeja con comida justo enfrente de mí.- Hasta que no consigas comer un cuarto de la dos comidas que haces por el momento, no te voy a devolver tu cuaderno, así que yo que tú, comía- Le miré durante unos minutos, amenazante, pero al ver que eso no daba resultado y de que por desgracia había ganado una batalla, decidí comer un poco. Y así fueron todos los días, a la hora de la comida, el doctor se quedaba conmigo, para ver cuanto comía, y después las enfermeras se encargaban de pasar al baño conmigo siempre que así lo deseaba para vigilar que no vomitase.

Y hoy, por fin me han devuelto mi cuaderno y mis bolis, después de todo el esfuerzo que he hecho por comer, ya era hora de que me lo devolviese, pero no pienso dejar que porque haya ganado este asalto se crea que ya voy hacer lo que quiera, de todos modos, no creo que este mucho tiempo por aquí...

Mentiras de un Espejo

Día 2

- No

- Victoria, por favor…

- He dicho que no

- No te vas a ir de aquí hasta que yo te lo diga, a si que, tú misma.

El portazo resonó en mi cabeza durante unos segundos. El solo pensar que aquella mujer vestida de blanco me obligaba a hacer algo que no quería me frustraba. ¿Por qué una señora que me acaba de conocer me tiene que obligar a comer si soy libre? o, más bien, se supone que lo soy. Todos dicen que este país es libre, pero hasta la libertad está restringida. Si yo no quiero comer, nadie puede obligarme, soy dueña de mi misma, al igual que de mi cuerpo y nadie puede tomar decisiones por mí, porque como bien dice el refrán, nadie pertenece a nadie. Pero parece que en esta clínica eso de la democracia es un tema tabú, aquí se lleva mas eso de la dictadura.

Después de tres horas, con la comida ya fría, y sin haber tocado un ápice de ella, la enfermera volvió a entrar en la sala, seguida del psiquiatra del centro. El doctor Tarallo.

- ¿Aún sin comer Victoria?- Pregunto con cierta suficiencia, dado que el doctor se encontraba al lado suyo.

- ¿Qué creías que por llevar esa bata, ya iba hacerte caso?, No eres mi madre…

- Claro que no lo soy, sino te hubiese enseñado lo que son los modales.- Me respondió alterándose un poco.- Ve doctor, lo que le digo, nunca en todo lo que llevo aquí trabajando una niña se había revelado de esta manera, y durante tanto tiempo…

- Muchas gracias por haberme avisado señora García, ya puede marcharse. Le corto el doctor.

- Pero… doctor, no me ha oído, esta chica…

- La he oído perfectamente, y ahora le estoy pidiendo que se marche, por favor- Le volvió a cortar el doctor sin perder la calma en ningún momento, al contrario que ella, que salió de la sala resignada.

- Victoria, me veo en la obligación de pedirte que comas.- Sin quererlo evitar, le escupí en la cara, él saco su pañuelo y se limpio, sin que la expresión de su cara cambiase.

Yo que pensaba que había echado a la señora esa para que no me molestará más y resultaba que lo único que quería era comerme él solito la cabeza, para seguramente después ir a contarle a las enfermeras que había conseguido que comiera, la llevaba clara si pensaba eso…

- Ahí tiene mi respuesta.- Le contesté pasados unos segundos.

- Está bien, me veo en la obligación de quitarte lo único que te produce satisfacción en estos momentos. Se acabo el escribir.- Me prohibió, con el semblante muy serio.- Hasta que no decidas comer, no vas a volver a escribir, y creo que si sigues así tendremos que administrarte la comida mediante la nutrición parental total. Eso, significa que te administraremos los nutrientes, las vitaminas, y demás componentes que necesites de manera intravenosa, y te aseguro que después de eso no te apetecerá mucho escribir, pues tendrás los brazos llenos de moratones a causa de las inyecciones.

No dije nada, le mire desafiantes durante unos minutos mientras él aguardaba a que yo comenzase a comer, pero no fue así, no comí.

- Ya puedes irte a tu habitación- Me dijo. Me levanté pase por su lado sin dirigirle ni una sola palabra y me fui.

Y ahora estoy aquí, tumbada en la cama, escribiendo como el doctor me ha quitado según él, mi única vía de escape, já, sabía que no lo haría. Soy mucho más fuerte que él y se lo pienso demostrar…

- ¿Victoria?- Pregunto una mujer desde la puerta.

- Sí, soy yo, ¿Qué quiere?

Mentiras de un Espejo

Día 1


Hola, me llamo Victoria, tengo 23 años y soy anoréxica. Empecé a escribir cuando entré aquí, aunque en realidad siempre había sido mi sueño, convertirme en una gran escritora, pero la vida tenía otros planes para mí, por eso después de llevar aquí una semana y enterarme de la “gran noticia” he decidido escribir como empezó todo y mis días en este infierno.

Soy una chica morena, alta, de ojos grandes, negros, y según dicen por aquí las enfermeras una chica demasiado delgada, como el resto de las internas…

Yo siempre había estado un poco obsesionada con mi peso, supongo que a causa de las modelos de las revistas, las actrices, los programas de televisión…, en definitiva a causa de los medios de comunicación. Aunque creo que la mayor influencia fue la de mi madre… Una señora que tras haber quedado delgada, decía que era feliz, aun a pesar de que mi padre se divorcio de ella justo después de la operación, cosa la cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que estaba todo el día obsesionada con que debía y que no debía comer. Pero dejemos a mi madre aún lado, ya hablaré de ella más adelante. A causa de todas esas influencias, cuando aún era una adolescente siempre intente llevar a cabo dietas, sin obtener ningún resultado… La última vez que me puse a dieta, antes de entrar aquí, contaba no solo con el apoyo, por no decir obsesión, de mi madre, sino también con el de Mario, un chico encantador, alto, moreno, mi novio… Yo intenté hacer la dichosa dieta, pero no dio resultado, como todas las demás. Mario me apoyo y me dijo que no pasaba nada, mi madre en cambio me dijo que la próxima si funcionaría y si no, me iría a quirófano para que me dejasen tan bien como a ella. Decidí hacer caso a Mario, deje lo de las dietas, estaba tan enamorada de él, era lo único que me daba fuerzas para seguir adelante, pero el destino… nos separó.

Una noche, fuimos a visitar a sus padres a su pueblo natal (Ciudad Real) dado que estaba estudiando en Madrid, yo le insistí para ir en coche, él siempre decía que no le gustaba mucho, pero a mí me hacía tanta ilusión que fuéramos los dos en coche que no pudo evitar complacerme. Cuando ya estaba a punto de llegar, un coche se cruzó en nuestro camino al realizar un adelantamiento y salimos disparados, nuestro coche dio varias vueltas de campanas y aterrizamos en el suelo, boca abajo. Yo llamaba a Mario con desesperación, hasta que sin poder evitarlo perdí el conocimiento, y lo último que recuerdo, es que abrí los ojos, y me encontraba en una sala blanca, de hospital, rodeada por mi madre.

- - ¿Cómo esta Mario?- Fue lo primero que dije tras abrir los ojos

- - Él…

- - ¿Qué?, él ¿qué?- Pregunté cada vez más alarmada.

- - Ha muerto- Su madre la cual acababa de pasar por la puerta se echo a llorar. Yo por el contrario, me quede paralizada, y así me quede, hasta que pasó mi madre por al lado y me hizo reaccionar. No fui a su entierro, no podía, el dolor me consumía, y el hambre que sentía en épocas de dolor, se esfumo, para dejar paso a la culpabilidad, la cual aún me atormenta. Un mes después de eso, yo seguía casi sin comer, no estudiaba, no salía de casa, no hacía nada más que pasarme horas y horas pegada a la foto de Mario. Mis amigas, las dos que tenía, intentaban animarme, sin conseguirlo. Y un buen día, al pasar por la universidad, un chico se acerco a mí y me dijo “¿Tú eres la gorda con la que estaba Mario?, por tu culpa ha muerto uno de los mejores chicos de esta universidad, deberías haber muerto tú y no él”. Aún lloró al recordar aquellas palabras, que tanto me hirieron y que tanta razón llevaban. Después de eso me fui a mi casa y empecé a vomitar, terminaba de comer y vomitaba, pensaba que haciendo sufrir a mi cuerpo, el dolor que sentía a causa de la perdida de Mario se pasaría, pero no fue así, pasó otro mes y lo único que conseguí fue que las costillas se me notaran cada vez más. Harta ya de todo el dolor que sentía y que no se pasaba, aún a pesar de todo lo que me dolía vomitar, un buen día cuando estaba sola en casa, decidí coger una caja de tranquilizantes que había comprado un día antes en la farmacia y una a una, ir ingiriendo cada pastilla. Al principio no sentí nada, luego al cabo de un rato me desmaye y me quede inconsciente, tumbada en mi cama, esperando poder reunirme con Mario, pero no fue así. Me desperté poco a poco mientras sentía millones de agujas clavadas en mi cuerpo, al principio pensé que era el infierno y era la condena que me tocaba pagar por haber echo que Mario muriera, pero a los pocos minutos me di cuenta de que estaba en un hospital, rodeada de maquinas que controlaban los latidos de mi corazón, mi alimentación, etc. Al cabo de media hora, entro mi madre seguida de una enfermera, esta me comunico mi “enfermedad” e hizo sus suposiciones a causa de mi intento de suicidio, creyendo que lo había hecho por adelgazar o algo así. Una semana después me dieron el alta, y me ingresaron aquí en ACAYB (Asociación contra la anorexia y la bulimia), y ya llevó aquí una semana, sin poder hacerles entrar en razón a estos “sabelotodo” de que yo no estoy enferma, de que aparte de ser gorda, fea, estúpida… hice que mi novio muriera…

Mentiras de un Espejo

Prologo



- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

- Seis meses, seis días y doce horas

-¿Tanto tiempo?, me dijeron que a los tres meses ya podría volver a mi casa…

- Eso depende, hay chicas que a los tres meses ya estan fuera, otras, han estado aquí más tiempo y algunas, como yo, nunca saldremos de aquí.

- ¿Qué quieres decir con eso de nunca?

- ¿No te cansas de preguntar?, ¿Por qué no lloras y le suplicas a esa que te quiere y esta hablando con la enfermera que no te interne aquí?

- Acaso servirá de algo... Anoche intente escaparme y no sirvió de nada, ¿por que habría de servir hoy?

- Hoy es otro día diferente al de ayer, y nunca hay dos días iguales. Aquí cada día pasan cosas nuevas… unas entran, otras salen, gritos, llantos… cada día es diferente, pero todos igual de malos, o peores que el anterior…

- ¿Es…es tan malo como dicen?

- Nadie sabe lo horrible que es esto, hasta que no está dentro, y, por lo que veo, tú lo comprobarás hoy mismo.- Me levanté del asiento de la sala de espera y me marché, dejando a mis espaldas a una chica que temblaba sin cesar, tras escuchar unas palabras, que la dejarían marcada durante el resto de su vida.

De camino a la habitación me acordé de mi primer día, yo agarrada del brazo de mi madre, llorando, suplicando que me dejasen volver a casa, gritando que yo no estaba enferma. Pero de nada me sirvieron los gritos, ni las suplicas, me internaron como a un perro. Y lo peor de todo, no fueron, ni los gritos, ni las suplicas, ni todos los sedantes que me pusieron esa noche, lo peor, fue ver como las personas que creía que me querían, son las causantes de que yo hoy me encuentre aquí, encerrada en la habitación de un hospital, del cual no saldré nunca.